Por supuesto, como todo fenómeno político y social, la victoria de Obama tiene dos caras: por un lado, las expectativas que despertó su candidatura en millones de oprimidos, que lo han convertido en su instrumento “para el cambio” al que aspiran; por otro, la esencia conservadora del stablishment y del aparato del partido que lo lleva al poder.
A riesgo de perder la perspectiva en un análisis antidialéctico, no puede ignorarse ninguna de ambas facetas. Enfatizar sólo la primera y olvidar la segunda, nos conduciría a crearnos falsas ilusiones sobre lo que sucederá con la política norteamericana a partir de ahora, y en los límites reales del “cambio” con que se manejará el presidente electo. Hacer lo contrario, es decir, olvidar el factor de las masas, su acción (el voto a Obama) y sus expectativas, conduce a un error sectario que desprecia el nivel de conciencia con sus avances y limitaciones.
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