viernes, 14 de marzo de 2008

Integración o unidad latinoamericana

x Claudio Katz - La Haine

Las reformas podrían constituir un eslabón hacia orientaciones económicas de izquierda si apuntalan una transición anticapitalista. Pero se requiere desenvolver un programa socialista que transforme las resistencias populares en alternativas radicales.

RESUMEN. Mientras que la integración alude a convenios comerciales entre las clases dominantes, la unidad constituye una aspiración antiimperialista de las organizaciones populares. No es lo mismo forjar un bloque competitivo que proyectar logros sociales a escala regional.

Esta disparidad de objetivos induce a cursos diferentes frente a la crisis financiera actual que se localiza en las economías centrales. Estados Unidos no logra contener la recesión socializando las pérdidas de los bancos y cuenta con menos recursos para exportar sus desequilibrios. Tampoco Europa y Japón contrarrestan una caída, que podrían eludir algunas economías semiperiféricas. La industrialización con bajos salarios y el encarecimiento de las materias primas han fortalecido a las clases dominantes de esos países, pero puede repetirse la contraofensiva imperialista de los años 80.

El blindaje de América Latina es muy inferior al vigente en el sudeste asiático y el impacto recesivo dependerá de la intensidad del freno global. La desigual dependencia comercial y financiera hacia Estados Unidos determina significativas diferencias dentro de la región.

La crisis socava los tratados de libre comercio que sucedieron al fracaso del ALCA, pero preserva la nueva gravitación de España y alienta la incursión de China en la zona. Sin embargo la oleada neoliberal ha perdido impulso, ya que no pudo transformar la recomposición de las ganancias en sólidos procesos de acumulación. El deterioro de las conquistas sociales generó estancamiento o crecimiento polarizado, en función de las condiciones imperantes en cada economía.

El repliegue librecambista contrasta con el reflote del MERCOSUR. Este acuerdo enfrenta obstáculos estructurales y conflictos internos, mientras Brasil oscila entre liderar el acuerdo o desenvolver opciones propias. Pero muchos grandes capitalistas sudamericanos asumen este convenio como un proyecto estratégico.

El afianzamiento de las transnacionales multilatinas tiende a extender las políticas neo-desarrollistas que se observan en Argentina. Pero esta orientación no mejora los ingresos populares, ni disminuye la desigualdad.

El ALBA intenta promover reformas sociales e iniciativas cooperativas. Este planteo incorpora a la agenda regional un programa de nacionalización de la energía, que contrasta con las privatizaciones neoliberales. Pero el alcance y destino de la nueva renta estatal se mantiene indefinido. Un dilema semejante se observa en torno a la deuda, que puede ser canjeada a favor de los capitalistas locales o redefinida para satisfacer las demandas populares. Ambos lineamientos determinan perfiles diferentes para el Banco del Sur.

La política económica distribucionista prioriza a el gasto social, pero no resuelve los problemas estructurales del atraso agrario y la baja industrialización que afronta Venezuela. Estas limitaciones son mayores en países pobres cómo Bolivia o Ecuador.

Las reformas podrían constituir un eslabón hacia orientaciones económicas de izquierda si apuntalan una transición anticapitalista. Pero se requiere desenvolver un programa socialista que transforme las resistencias populares en alternativas radicales.

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